Aprender a pensar como el personaje que estamos interpretando. Esa es la base de la filosofía de esa famosa escuela de actores, también llamada “El método”.
GRANDES actores y actrices -así, con mayúsculas- se formaron bajo las premisas de esta filosofía: utilizar la propia experiencia personal para actuar. Marlon Brando, Faye Dunaway, Montgomery Clift, Jane Fonda, Paul Newman o Al Pacino son solo una muestra de los enormes resultados que se pueden obtener cuando se lleva la propia experiencia personal a la actuación.
El ámbito del marketing no debería diferir mucho de este “método”: utilizar la experiencia de nuestra audiencia o nuestro público para que revierta en nuestras acciones de marketing, haciendo como protagonista absoluto a cada uno de nuestros clientes. El cliente vendría a ser ese actor principal y, el marketing, esa película llena de realismo y veracidad basado en la experiencia.
La marca tiene que empezar a dejar de actuar y de tomar poses y a implicarse en los sentimientos, deseos y motivaciones de su comunidad.
Debería de ser ese grito desgarrado y pasional, frente a la contención y academicismo. “No quiero cosas”, dice Brick (Paul Newman) a Big Daddy en “La gata sobre el tejado de Zinc”.
Sin duda, ha habido una gran cantidad de campañas publicitarias inmensas, elegantes, rayando la genialidad y que fueron sublimes para su época. Pero la sociedad de hoy demanda un marketing menos formalista, más sensitivo y pasional, más implicado con los problemas. Por supuesto, no estoy desmereciendo esa otra publicidad, pero eran tiempos donde las marcas solo pretendían diferenciarse de la competencia a base de geniales eslóganes, jingles o diseños.
Ahora pedimos algo más, un paso adelante, una implicación con el mundo y la comunidad que le rodea.
Por eso, las audiencias ahora pedimos más Brando y menos Gary Grant, más Pacino y menos Laurence Olivier, más Monty Clift y menos Bogart. Menos poses y más implicación. Continuar con el marketing tradicional de una sola dirección es seguir produciendo películas. Pero de las malas.
Image by Laura Loveday