No me importan las estadísticas de tus redes sociales. Ni el tráfico de tu web. Ni la tasa de rebote. Ni tan siquiera el ROI que seas capaz de generar. Solo quiero leer el artículo que has publicado sin que me estalle en la pantalla uno de esos pop-ups para suscribirme -¿aún no te he leído y ya quieres que me suscriba?-, ni tener que estar apartando una y otra vez los botones de social sharing, ni soportar unos segundos de publicidad –a veces 5, a veces 20- para ver el vídeo de mi grupo favorito en YouTube, ni escuchar el anuncio del último disco de flamenquito-rap en Spotify a través de la voz de un locutor que supera los límites de decibelios permitidos.
Céntrate en el contenido. Céntrate en lo que me estás ofreciendo –una canción, una historia, una información, una imagen…- y haz que disfrute con ello.
Te aseguro que, si me gusta, leeré, veré o escucharé otro, otro y otro… Y que, aunque no tengas ni un solo botón de compartir, removeré tierra y mar para que aparezca en mi Twitter, en mi Facebook, en mi Google+ o donde quiera que sea. Y que también me voy a suscribir si me gusta tu línea, cómo piensas, cómo ves las cosas y qué quieres aportar con tu trabajo.
¿Para quién hacemos las páginas webs? ¿Para nosotros o para nuestros lectores? No pienses que todo el mundo viene a comprar. No pienses en el lector como un ratón que ha sido cazado porque el ratón escapará y nunca más volverá. Ofrece un valor, algo que todo aquel que entre en tu web pueda sentir. Esa es la audiencia que te interesa.
Y no olvides que, de lo que más disfrutaré, será de esa sonrisa que se me queda cuando me gusta lo que recibo. Porque me hace sentir afortunado de haberte encontrado.
Image by Sven Klaus