Estamos tan acostumbrados a la rutina de los negocios, a los buenos días si se dan, a pagar y a irnos porque nos falta tiempo, que olvidamos los pequeños detalles. Y esta es la gran ventaja de los pequeños negocios: el poder de la conversación, de la empatía con la persona que nos atiende.
Por supuesto, no hablo del tipo que se nos acerca en los grandes centros comerciales con toda la buena voluntad del mundo a preguntarnos que en qué puede ayudarnos. Hablo de las tiendas del barrio, de esas en las que nos conocen desde pequeños, o que han conocido a nuestros padres y abuelos, esas que nos preguntan de una forma sincera que cómo estamos, que a qué nos dedicamos ahora o que cómo se encuentra algún familiar, esas que siempre tienen una sonrisa o un abrazo cuando nos despedimos. Su historia es parte de la nuestra.
Y esos pequeños negocios que se han creado de forma reciente, que aún no han tenido tiempo de conformar una historia, deberían de jugar a esto. A crear relaciones, a ser importantes en el barrio. A conversar y preguntarnos cómo estamos.
Necesitamos revitalizar los pequeños negocios, ya no solo por una cuestión de economía, sino para dar vida a las calles, para que no perdamos ese punto emocional y social. Es una de las formas en las que nunca, nunca, una gran cadena podría hacerles sombra. Porque hay momentos que no se pueden disfrutar entre líneas de cajas, displays o calles inmensas de estantes. Porque el producto no lo es todo.
Necesitamos que el marketing se salga de los parámetros establecidos, que envuelva nuestros sentidos, que se haga pequeño.
Necesitamos el marketing se haga música y que nuestra vida se desarrolle lejos de calles atestadas de público, de ruidos, de masa. Necesitamos más ferreterías llenas de música.
Image by Reyes